

Redacción
Democracia en EE.UU
EE.UU ha vendido la idea de que su democracia constituye el mejor ejemplo de vida política nacional, que deben seguir los demás pueblos del mundo, como un ideal a perseguir.
Se reconoce que la democracia en el gran país del Norte ha logrado una mayor vigencia de los principios democráticos de la separación de los poderes, con un Poder Ejecutivo limitado a las observaciones y supervisión del Congreso, y con una fuerte institucionalidad judicial que garantiza la seguridad ciudadana.
De igual modo el sistema de partido, fundamentado en el bipartidismo entre demócratas y republicanos, ha hecho viable el principio de la alternancia en el poder, al tiempo que las normas legales impiden en buena medida los conflictos de intereses y el tráfico de influencia, de tal manera que se garanticen la libre competencia, la transparencia y se controlen las tendencias a la corrupción y sobre todo al monopolio, desviaciones propias del régimen económico capitalista.
Asimismo el desarrollo democrático de los EE.UU garantiza la libertad ciudadana con gran énfasis en la libertad de tránsito y de prensa; de igual forma garantiza la igualdad de los ciudadanos en cuanto a sus derechos fundamentales consagrados por su Constitución.
La fortaleza de esa institucionalidad democrática, sin embargo, ha sido sacudida por la personalidad autoritaria y “engreída” de un empresario puro, que como Donald Trump se montó en la ola de la derechización global que ha traído consigo el neoliberalismo, ofreciéndole a los americanos conducir a los EE.UU a su grandeza histórica, y volver a su estado de prosperidad y bienestar social y económico, y que otros ciudadanos del mundo han asumido como ideales a lograr.
Esa grandeza y prosperidad ofertadas por el magnate empresario, las intentó materializar siguiendo la doctrina económica neoliberal, bajando los impuestos a los ricos, para atraer el retorno de los capitales americanos colocados fuera del país, con lo cual retornarían los empleos de calidad y se elevarían las condiciones de vida de los norteamericanos.
Esa doctrina ha alimentado una mentalidad nacionalista y una política proteccionista, que contrasta con la globalización, y que se han traducido, a su vez, en una actitud presidencial contra los inmigrantes y contra otras etnias consideradas inferiores, exacerbando el “racismo” y la “discriminación”, al tiempo de acentuar la división interna y la confrontación permanente hacia lo interno y también hacia lo exterior.
Ese clima de tensión y conflictividad, fruto de la arrogancia personal de Trump, pero más que eso, por el hecho de haber llegado a la presidencia de ese gran país un empresario puro, como parte de la confusión neoliberal que ha fundido el rol de empresario y el rol de político, dando lugar a un clima de inseguridad e incertidumbre que se manifestó en la recién pasadas elecciones y que amenaza la fuerte institucionalidad de la democracia americana.
Por esas razones los ciudadanos del mundo han seguido con atención la derrota electoral del magnate norteamericano y han saludado la vuelta al poder de un político profesional que sabrá poner las cosas en su lugar.
¡Qué los EE.UU superen la inseguridad y la amenaza a su democracia!
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